El máster que no puede faltar en tu currículum

¿Qué vas a hacer después de terminar la facultad?

La respuesta que la gente da hoy en día si le haces esa pregunta es casi siempre la misma: un máster. Primero, porque está la cosa mu mala. Para ir al paro, parece mejor opción seguir formándose. Segundo, porque pensamos que al terminar la carrera no sabemos lo suficiente, así que nos apuntamos a un máster muy caro para convertirnos en expertos en algo. Pues, ¿sabes qué? No hace falta que te gastes un montón de dinero en uno, porque resulta que ya tienes completo el más exclusivo, específico y de calidad al que puedes aspirar:

El máster en ti mismo.

Imagínate: llevas matriculado todos los años que tienes. No has faltado ni a una clase. Si hacen un examen, seguro que sacas matrícula.

A veces los psicólogos hacemos cosas raras. Nadie tomaría en serio a alguien que llega nuevo a una empresa e intenta cambiarlo todo desde el principio. Tampoco a un extranjero que aterriza en un país y decide que ya sabe cómo se deberían arreglar sus problemas políticos. ¿Cómo vas a saber más que los que llevan ahí un montón de tiempo? Podrás aportar ideas, perspectiva, frescura, pero es muy importante que antes escuches y observes con atención. Nosotros, sin embargo, a veces llegamos a ese país desconocido que es nuestro cliente y pretendemos saber la receta para arreglarlo. Sería mejor que nos colocáramos en una posición de respetuosa curiosidad. La persona que está frente a nosotros, vulnerable y necesitada de ayuda, lleva detrás una historia de logros y una adaptación a su realidad que le ha servido hasta ahora. Hay quien ha conseguido un trabajo, o una pareja, o sacar adelante a su familia, o sencillamente no suicidarse a pesar de lo mal que lo ha pasado en los últimos tiempos.

Tú, lector, no tienes por qué ser psicólogo, pero eres tu principal coach. Tu mejor proveedor de consejos y sabiduría. Por eso, es importante que adoptes contigo esa posición de curiosidad, de admiración casi. Mira dónde has llegado. Observa la de información que ya almacenas de tu relación con este increíble lugar llamado mundo.

La vida está llena de gente que te dice lo que deberías hacer. La primera, yo: es paradójico que utilice el imperativo para pedirte que pienses por ti mismo, pero es complicado redactarlo de otra forma. Después están tus padres, tu pareja, los anuncios de Coca Cola, tu jefe, Paulo Coelho, el Ministerio de Sanidad, Rajoy y hasta los carteles de no pisar el césped. Mucha gente tiene interés en que te comportes de una forma determinada. Así que llega un punto en el que piensas que necesitas a alguien que te ayude para hacerlo todo. Un psicólogo, un coach, un curso en vete a saber qué. Lo que más me llama la atención de mi trabajo es la de gente que llega a consulta creyéndose en la ignorancia. Padres que piensan que no saben educar a sus hijos. Adultos hechos y derechos que no se atreven a tomar decisiones sin ayuda profesional. “Usted sabrá – te dicen -. Usted es la psicóloga”.

Por una parte, esta inseguridad está basada en el miedo. La parálisis es uno de los males contemporáneos: tenemos tanto miedo a estropearnos la vida que acabamos poniéndola en pause. Es más sencillo que alguien me diga lo que tengo que hacer; que la culpa si no adelgazo no sea mía, sino de Pierre Dukan. Además, en un mundo con sobredosis de información, con San Google superando en segundos a cualquier catedrático, ¿qué voy a saber yo que tenga algún valor?

Permíteme un imperativo bienintencionado: utiliza tu máster en ti mismo. Lo primero que hacen los supervivientes es un inventario de lo que ya llevan consigo. Nadie se pone a construirse taparrabos con hojas si la marea ha traído a la isla una de las maletas que llevaba en el barco. Nadie se come a sus compañeros si todavía hay provisiones en la despensa del avión.

Eso no quiere decir que te conviertas en una fortaleza, o que pienses «yo sé lo que me conviene, así que no pienso escucharte». Entonces serías el típico profesional superformado que es incapaz de escuchar otro punto de vista distinto al que le dieron cuando estuvo becado en el Instituto Tecnológico de Massachusetts. Es mejor ser como esos profesores universitarios eruditos que, sin embargo, todavía son capaces de escuchar y de aprender de sus alumnos. Que tú sepas mucho de ti no quiere decir que la gente de fuera no pueda aportarte otra mirada.

Antes de emprender cualquier cambio, trata de hacer recuento de todo lo que ya sabes. Aquí tienes algunas ideas sobre las áreas en las que ya eres un experto:

  • Tus fortalezas: cualidades, habilidades, conocimientos, valores, sueños, fantasías, experiencia. Todo eso que hay dentro de las cuatro paredes de tu coco y que nadie puede saber ni sustituir.
  • Tus debilidades: puntos que todavía puedes mejorar, talones de Aquiles, encantadores defectos.
  • Tus éxitos: lo que has conseguido, cómo lo conseguiste, cómo superaste las dificultades, qué has hecho para mantener los resultados.
  • Tus no tan éxitos: qué es lo que no has logrado, dónde estuvo el problema, de qué otra forma lo podrías intentar la próxima vez.
  • Tus recursos: tu disponibilidad de dinero y tiempo, tu capacidad para generar más de ambas cosas, el lugar donde vives, la tecnología a la que tienes acceso.
  • Tu gente: quién te apoya, quién no te apoya tanto, en quién puedes delegar, quién te ayuda, a quién le hablas de los problemas que tienes, quién te quita energía, quién te da mimitos.
  • Tus valores: qué te importa, hacia dónde quieres evolucionar, cómo imaginas tu futuro, qué le pides a la vida, cómo quieres vivirla.

Cuando eres psicólogo, estas lecciones se aprenden a las duras. Le das un consejo a un paciente con toda tu buena intención, y cuando vuelve (si vuelve) y no te ha hecho caso, apuntas en tu hoja de consulta: “trabajar la resistencia al tratamiento”, y lo rodeas con un circulito. Recuerdo a uno de los primeros pacientes que vi. Se encontraba bajo de ánimo, así que le recomendé que se apuntara a la piscina. Yo había empezado a nadar hacía poco y estaba entusiasmada. Después se lo comenté a Cristina, la psicóloga que me estaba supervisando en ese momento. “¿Pero al chico le gusta nadar?”, me preguntó ella. Me encogí de hombros; no tenía ni idea. Fíjate en la cantidad de información que me faltaba. No sólo si le gustaba nadar: si sabía o no, si vivía cerca de una piscina, si alguien podía  llevarle, si tenía dinero para costeársela, si le apetecía en general hacer deporte. ¿Cómo me atreví siquiera a decirle al chico “vete a nadar”? La ignorancia es atrevida.

De la misma forma, cuando empezamos a enredarnos en la historia esta de intentar ser mejor personas y queremos alcanzar objetivos, seremos atrevidos ignorantes si nos lo planteamos sin preguntarnos antes todo lo que ya sabemos sobre nosotros mismos.

Este post no es un canto al inmovilismo. Que sepas en qué has fallado antes no quiere decir que no puedas cambiar. Puedes cambiar. Te lo voy a repetir en mayúsculas y en negrita, para que veas lo segura que estoy: PUEDES CAMBIAR. Pero la inteligencia y el realismo jugarán a tu favor. No sirve de nada que llene esto de caritas felices, fotos de playas y colores vivos y que te diga que “puedes conseguir todo lo que te propongas” o que “lo intentes con más fuerza y no te rindas jamás”. Eso es mentira. No vas a conseguir ser un plusmarquista de velocidad (Usain Bolt: si estás leyendo esto, no se aplica a ti). A veces tendrás que rendirte cuando un proyecto no vaya por buen camino. Pero no te estás rindiendo en tu proyecto más importante: tú mismo, tu bienestar, tu vida feliz y útil que es buena para ti y buena para los demás. Es un proyecto tan importante que necesita de toda tu inteligencia, tu serenidad y tus conocimientos. Y si hablamos de conocer, tú y tus circunstancias son la materia que dominas con más soltura.

Así que, ¿qué sabes de ti mismo? ¿Cómo puedes aplicarlo para llegar al lugar en el que quieres estar? Cuéntamelo en los comentarios.

[Foto de Beverly & Pack]

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3 comentarios
3 comentarios
  1. abuja62 enero 19, 2013

    Buenos días:

    Madre mía, qué meneo al cerebro acabas de darme. ; )

    Creo que muchas veces las dificultades nos hacen encerrarnos más de lo necesario en nosotros mismos, la pescadilla que se muerde la cola.

    Intentaré hacer la lista en algún momento de este fin de semana y te lo añado en otro comentario.

    Gracias y un beso.

    Responder
    • Marina enero 21, 2013

      ¡Me encanta menear cerebros!

      Aquí el problema, además del encierro, es la parálisis. Nos creemos que estamos mucho más desvalidos de lo que estamos en realidad y nos quedamos quietos. Fijarse en los propios recursos tiene que ver con ponerse otra vez en movimiento.

      Un besito, guapa.

      Responder
  2. Caro chan junio 20, 2013

    jajajaja me imagino al pobre muchacho contandole a su madre la sesion…Y que te ha dicho? Que me vaya a nadar! jajajaj buenisimo!

    Responder

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