Reescribe la extraordinaria historia de tu vida

Reescribe la extraordinaria historia de tu vida

Escribir es elegir. Es el único secreto. La vida es tan rica en detalles, tan variada y tan asombrosa que basta con escoger los datos adecuados para crear una buena narración.

(No es tan fácil, claro. Pero se mejora con la práctica)

Los humanos somos contadores de historias. El cotilleo que le cuentas a tu colega del curro es una historia. La anécdota con el tipo del bar que te pidió fuego y ni siquiera tenía tabaco es una historia. Tus recuerdos de niñez, tus sueños de futuro, los relatos que te haces sobre tus relaciones con la gente. Eres un narrador y es así como archivas tus experiencias.

Esto tiene su parte buena y su parte mala porque, como os decía, el narrador tiene que elegir. No podemos contarlo todo. Imaginad que trato de describir a un chico de la forma más exacta posible. Os hablo de sus ojos verdes, ligeramente almendrados, de unos dos centímetros de largo por medio de ancho, con un espesor de unas tres pestañas por milímetro de color negro-amarronado. Luego paso a contaros que cuando sonríe se le forman tres arrugas, tres, en el borde de los párpados, que se abren formando un abanico de unos cuarenta y cinco grados.

A estas alturas, seguramente os habéis dormido.

Para una descripción bastan tres pinceladas. Tiene los ojos verdes y se le aclaran cuando sale de la piscina. Sus manos serían más bonitas si no se mordiera las uñas. Se le ve una cicatriz en la barbilla de aquel día que se cayó con la bicicleta.

De la misma forma, una historia se puede contar de muchas maneras. Mi día de hoy, por ejemplo.

En una versión, me levanto muerta de frío porque quitamos la calefacción durante la noche para ahorrar. No me da tiempo a hacer café, así que recaliento el de ayer y me trago un paracetamol de un gramo a ver si consigo cortar el resfriado que esta maldita ciudad se empeña en contagiarme. Paso toda la mañana enterrada en un sillón del Aula Magna de Medicina, obligada a escuchar una conferencia sobre Arte y Salud Mental mucho menos interesante de lo que promete su título. Salimos a comer y me pregunto qué chorrada es ésa de poner en la carta que los platos light están supervisados por una nutricionista, y cuando me cobran dos euros por el café, pienso que vivimos en un mundo pretencioso y alejado del verdadero valor de las cosas. Para volver a casa tengo que dejar pasar tres metros, porque mis cincuenta y pocos kilos de pseudopsicóloga no caben en ninguno de ellos. Cuando llego por fin a mi piso, después de media hora de viaje y un transbordo, me derrumbo delante del ordenador. Todavía me queda trabajo por hacer y lo único que me apetece es dormirme.

En otra versión, me pinto los ojos con sombra verde para que me hagan juego con la camiseta y después me coloco unos pendientes, también verdes, que no tengo claro si me encantan o me horripilan. En el metro voy leyendo “Changeology”, un libro interesantísimo sobre cómo generar en la gente cambios positivos. Sigo con el libro durante las conferencias, porque he decidido que mi tiempo lo administro yo y no los aburridos ponentes, y sólo me saca de la lectura una suite para violonchelo de Bach que está reproduciendo un tipo que habla sobre musicoterapia. Después saca una guitarra, sale al centro del escenario y canta como un chalado: “musicoterapia es lo mejor/ musicoterapia para curar”. Verídico. Dice que lo han compuesto los pacientes de su taller, y me hace reír tanto que me da energía para escaparme a por un café y seguir escuchando suites para violonchelo en el reproductor del móvil. Se está a gusto en la cafetería, con Yo-Yo Ma en los auriculares y el solecito de invierno calentando el cristal de la ventana. Almuerzo con mis compañeros de curro en un restaurante luminoso y modernito, cerca del Santiago Bernabéu, y me quedo enamorada de una tapa con solomillo crudo y arroz preparados como el sushi japonés. Echamos unas risas rajando del trabajo y después me acerco a la Fnac a mirar libros. Probablemente podría vivir en la Fnac. Cuando vuelvo a casa, me preparo un colacao y me siento delante del portátil a escribirle una carta terapéutica a una paciente que vi ayer, mientras pienso (para variar) que tengo el mejor trabajo del mundo.

Ambos relatos son cien por cien verídicos. No se trata de ser positivo, de inventarse ni de visualizar nada. Se trata únicamente de escoger lo que nos interesa.

¿Cómo te narras tu vida? Cundo sufres, tu narración está dominada por un problema. Ese problema, el que sea, está rellenando todos los huecos de tu historia y tiranizando tus movimientos. En la historia que te cuentas sobre ti mismo, el problema es el protagonista. Te has convertido en la persona que se define por ese sufrimiento y por las consecuencias que está teniendo en tu vida. Los hechos extraordinarios son los momentos en los que no dejas que el problema tenga influencia sobre ti. Quizá te cueste encontrarlos al principio, pero están allí. Una vez que uno localiza hechos extraordinarios, puede empezar a construir una historia alternativa a partir de ellos.

Propuesta: pasos para narrarte la extraordinaria historia de ti mismo:

1. Identifica el problema. No eres tú. No es un defecto de tu carácter. No son los otros. El problema es el problema. Si te consideras una persona ansiosa, puedes decir que tu problema es la preocupación. Si te han diagnosticado una depresión, tu problema es la tristeza. Si tienes dificultades para hacer amigos, tu problema puede ser la timidez o la inseguridad. Definir el problema es estos términos es importante, porque lo colocas fuera de ti. Ya no es un fallo de carácter, ni una maldición bíblica: es sencillamente algo que está pasando y con lo que, por lo que sea, te ha tocado lidiar.

2. Observa cómo ese problema está influyendo en ti. ¿Qué consecuencias tiene la preocupación en tu vida? ¿Qué está evitando que hagas? ¿Cómo cambia tu comportamiento cuando ella está presente? ¿Cómo afecta a los que te quieren?

3. Identifica los actos extraordinarios. ¿En qué momentos has sido capaz de resistirte a la influencia de la preocupación? ¿Cómo lo has hecho? ¿Cómo se te ocurre que podrías volver a hacerlo?

4. Reescribe la historia. No la pienses: escríbela. Siéntate delante de una libreta en una cafetería bonita, o delante del ordenador en tu casa, y escribe. Escribir es una herramienta muy poderosa. Puedes hacerlo en forma de carta, de poema, de relato. Puedes inventarte un protagonista que en realidad eres tú, sólo que más alto y guapo. Lo importantes es que escribas esa fantástica historia y que te des cuenta de que, como dice Bowie, podemos ser héroes sólo por un día.

5. Reléela. Dásela a alguien que te quiera para que le eche un ojo. Envíamela para que se enteren los demás jipis. Guárdala y sácala en esas tardes chungas en las que te parece que la vida tiene poco sentido.

6. Felicítate por haberte dedicado este tiempo e imagínate a una sala en pie haciéndote la ola. No es nada fácil actuar en nuestro beneficio, así que hoy eres grande.

Insisto en que no se trata de creerse que la vida es color de rosa, porque ya sabes que no lo es. Pero la capacidad que tiene nuestro cerebro de procesar información es limitada, así que ¿por qué no darle información acorde con lo que queremos conseguir? Igual que cuando te compras un coche no haces más que ver el mismo modelo por la calle, te será más fácil distinguir tu propia y cotidiana heroicidad cuando te entrenes para prestarle atención.

Las personas somos increíbles. Estamos llenas de recursos. Lo que pasa es que nos contamos las mismas historias una y otra vez, con tanta energía que terminamos por sugestionarnos. Somos unos narradores tan buenos que nos creemos la realidad que nosotros mismos estamos pintando. Sin embargo, nuestra historia está tan llena de hechos extraordinarios. Y una vez que empezamos a encontrarlos es como cuando se buscan setas: empiezan a aparecer por todas partes y uno se siente muy, muy afortunado.

Narrarnos en función de nuestros hechos extraordinarios nos acerca más al ser ideal en el que nos gustaría convertirnos. Y, ojo: necesitamos a ese ser ideal. Necesitamos cierto grado de optimismo razonable. Cuando empieces a observarte como la persona fuerte, valerosa y amorosa que eres en ocasiones, te será más fácil traer a esa persona para que te haga compañía en los momentos malos y se haga presente en más áreas de tu vida.

¿Cómo lo ves? ¿Te animas a contar la extraordinaria historia de ti mismo? ¿Piensas que puede ayudarte? Cuéntanoslo en los comentarios.

[Echa un ojo aquí al discurso que dio Paul Auster cuando le concedieron el premio Príncipe de Asturias, hablando sobre cómo los humanos somos adictos a las historias. Y lee a Paul Auster, así en general

¡Ah! Y la foto es de Sam Howzit.]

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11 comentarios
11 comentarios
  1. KHaL Yeleytr febrero 1, 2013

    Veo en el paso 1 un cierto peligro de caer en la proyección de la responsabilidad. Cierto, un problema es un problema, pero conviene no olvidar cierta responsabilidad: aunque el problema no sea culpa nuestra, nuestra vida sí es nuestra.
    No sé si le habrá pasado a alguien más, pero en este post es como si Más sobre los lunes y Psicosupervivencia confluyeran y se fundieran en una sola cosa. Vale, la autora es la misma, pero suele haber una separación mayor, del tipo Marina-persona y Marina-psicóloga.

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    • Marina febrero 2, 2013

      Nosotros nos hacemos responsables de la relación que mantenemos con el problema, es decir: de los momentos en que dejamos que nos coma la moral y los otros, los extraordinarios, cuando decidimos alejarnos de su influencia. Las causas no tienen, desde mi punto de vista, tanta importancia como lograr desembarazarse de una pauta repetitiva y asfixiante y construir algo nuevo.

      Y por supuesto que nuestra vida es nuestra. Ya conoces mi mantra: ésta es tu vida, es la única que tienes y es tu responsabilidad hacer que funcione.

      Muchos besos, guapete.

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  2. Marta (Galicia) febrero 5, 2013

    Argh, me ha encantado el discurso de Paul Auster. La verdad es que este hombre escribe no es nada pomposo y escribe con una sencillez profunda que me mola mil.

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    • Marina febrero 8, 2013

      Paul es amor. Besos.

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  3. ???? julio 16, 2013

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  4. Erika mayo 31, 2016

    Mira si soy hippie ya, que a pesar de (ego, tristeza, rencores etc…) Durante dos largos años, te escribo desde la puerta de mi trabajo a 20m de la arena y las olas. Y ahora me voy a poner mis viejas zapatillas de deporte y me voy a mi mini-casa de alquiler paseando entre gaviotas, chiringuitos y hasta la desembocadura de un río. Brindo por la serendipia. Mil abrazos.

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  5. victoria junio 10, 2016

    que pasa cuando por años tu no has sido dueño de tu vida de lo que piensas de lo que haces,por miedo a no ser aceptado a no reunir los requisitos de las perdonas con las que te relacionas,actuar ,pensar,sentir todo como un robot

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  6. Tania mayo 31, 2017

    Cuentas tan bien las historias que me dan ganas de encargarte a ti el guión de las mías…

    Es cierto que, a veces, desde la autoayuda, nos pasamos con el rosa con el que pintamos el mundo. El mundo, nuestra vida, tiene luces y sombras, igual que nosotras mismas. Sólo hay que saber reconocerlo para cambiar la pintura si no nos gusta. Pero claro, también es verdad que hay colores que no nos gustan pero son como son, intrínsecos, y no nos queda otra que aceptarlo y seguir hacia delante. Unos días seguiremos mejor que otros, pero cuando lees a gente como tú, lo siento pero a mi se me pinta el mundo de colores alegres.

    Un abrazo Marina

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  7. Clara marzo 15, 2020

    En que momento he dado con tu blog!
    Estudiante y “semiSobrada” de tiempo por el #quedateencasa (digo semisobrada por eso de que cualquier excusa es buena para procrastinar el estudio).
    Hoy, debatiéndome con esas vocecitas en una partida de Ajedrez, iba ganando el narrador de lo oscuro hasta que he leído esta maravillosa publicación.
    Enhorabuena por tu blog.

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