Sobre la zona de confort y otras cuestiones

Estoy escalando en San Martín de Valdeiglesias, a unos 75 kilómetros de Madrid, enmarronada en lo alto de una vía físicamente no muy difícil, pero psicológicamente terrible. Esto quiere decir que si pierdo pie, o mano, y me caigo, es probable que no muera (llevo cuerda y tal), pero podría hacerme bastante daño con los salientes de piedra que voy dejando atrás.

No me voy a caer, casi casi seguro que no. Me dan los brazos, las piernas y mi deficiente técnica más que de sobra para subir esta vía. Eso es lo que sabe mi mente racional; la otra, la emocional, está muerta de miedo. El ejercicio de respirar, juntar las fuerzas que me quedan, encontrar un resquicio de claridad en mi mente y seguir adelante es hercúleo. A mis pies, mis compañeros de escalada (Patrick y Melissa, dos chicos americanos a los que he conocido a través de Couchsurfing) charlan despreocupados sobre las dificultades de aprender a hablar español. Tienen problemas con las construcciones del tipo «dáselo» o «cómprasela». A mí me gustaría sentir un poco más de solidaridad hacia este miedo en estado bruto que estoy pasando ahora, pero no está de más comprender que en cuanto subes más de dos o tres metros y aseguras tu cuerda en la roca, estás solo.

Esta vía se sale de mi zona de confort, es decir: del grado y tipo de vía en el que puedo escalar con un nivel de miedo e inseguridad tolerables. Ahora mismo, en serio, lo estoy pasando fatal. El único recurso que le queda a mi mente es tratar de volver al presente. Respirar. Aumentar el ángulo de visión y dejar de pensar en bucle «oh-Dios-estoy-muy-alto-y-si-me-caigo-qué». Mirar a mi alrededor. Observar el pantano de San Martín al fondo, oír la charla de los guiris a mis pies y recordar por qué estoy haciendo esto. Nadie me obligó. Salir de aquí es mi responsabilidad.

Termino la vía no sé muy bien cómo, bajo al suelo, me quito los pies de gato. «Tienes que acordarte de respirar», me dice Patrick, mientras me da un par de palmaditas de consuelo en el hombro. «Tengo que escalar más», contesto yo. Es cierto. Cuando hablamos de miedo, de inseguridad o de esta terrible sensación de estar a punto de caerse una y otra vez, la única solución es exponerse sistemáticamente a las situaciones complicadas hasta que dejen de parecerlo. Escalar más es tener más recursos, más técnica, más fuerza y, sobre todo, acostumbrar a tu cuerpo a sentirse cómodo dentro de la incomodidad.

A la vuelta, mientras conduzco en dirección a Madrid, hablamos de viajar, de la vida, del crecimiento personal. Todos esos temas mochileros e intensos que parecen no agotarse nunca, sin importar las vueltas que les des. «Yo creo – explico en mi exhausto inglés postescalada – que la clave está en salir de tu zona de confort con toda la frecuencia que puedas tolerar. Ahí es donde se produce el aprendizaje».

Desde que abrí esta página y llegué a Madrid, mi vida transcurre casi todo el rato fuera de la zona de confort. Llevaba casi tres años viviendo en Cádiz y, como dice mi padre, estaba «como Dios, pero sin barba». Bonita ciudad, buenos amigos, situación económica razonable. Escalar, escribir, trabajar a gusto y volver a mi maravilloso piso tranquilo de soltera. Todo iba bien. Más o menos. Algo bullía bajo la superficie: la idea, más o menos expresada, de que quería cambiar algunas cosas. No muchas. Meditar más, por ejemplo, o descubrir qué estaba pasando con mi forma de relacionarme con los demás. El tema es que no corría prisa.

Cuando llegué aquí y las cosas empezaron a cambiar, mi primera interpretación fue: «todo iba bien y, de repente, todo va mal». No quería compartir piso, ni trabajar con pacientes de cáncer, ni hacerme un esguince de tobillo, ni sentir que me iba a explotar la cabeza de hiperestimulación. Hace dos semanas estaba tan aturdida que no podía hablar bien. Trataba de terminar las frases y tenía que esperar un par de segundos para encontrar la palabra adecuada. Se lo conté a una compañera de trabajo, también psicóloga. «Tu cerebro está reprocesando – me dijo -. Está trabajando para asimilar todo lo que has aprendido. En algún momento, algo hará click y podrás seguir adelante».

Si todo va más o menos bien, es fácil continuar. El nivel de incomodidad es tolerable, y lo que no te gusta se puede ignorar. Como cuando dejas que el polvo se pose en los muebles de tu casa a lo largo de un montón de tiempo; a veces, lo que te hace falta es que un terremoto sacuda tanto tu alrededor que no te quede más remedio que empezar a colocarlo todo de nuevo.

Sigo reprocesando. En seis días escasos me voy tres semanas de viaje a Estados Unidos. No sé muy bien qué voy a hacer allí, y tampoco sé cómo voy a estar. Para ser sincera, me da un poco de miedo. No me encuentro especialmente fuerte para viajar ahora. Mi capacidad de asimilar información es tan limitada que me está costando incluso preparar el equipaje. Aun así, voy a ir. Es el equivalente a seguir escalando cuando sientes que te has dejado las fuerzas en los últimos metros. Descubres que no es cierto: que te quedan fuerzas, ahora y casi siempre, y que puedes seguir adelante.

Perdonad por contaros todo este rollo. No es más que una larguísima excusa por no actualizar. Este blog también tiene que evolucionar, y voy a pensar en ello durante el viaje. Hay muchas cosas que me estoy dando cuenta de que deben cambiar en mi terremoto personal. Creo que compartir lo que sé también es compartir mi propia aventura, y quizá eso me pida todavía más honestidad. Más implicación. No lo sé. Tengo que pensar seriamente en ello, y supongo que este viaje es una buena oportunidad. Quizá algo cambie en Psicosupervivencia, o quizá no; quién sabe.

En las próximas semanas trataré de escribir. Todavía estoy intentando decidir qué hacer con la escritura viajera: no sé si llevarme este ordenador, tirar de cibercafé, invertiren un ordenador nuevo más ligero o qué. En cualquier caso, casi seguro que os cuento algo.

Esta noche postearé el chequeo dominical, así que id preparando los vuestros 🙂

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10 comentarios
10 comentarios
  1. ANCASALE abril 21, 2013

    Gracias por tus aportaciones. No me cabe duda de que la zona de confort es aquella que cuando la traspasamos crecemos. Lo he experimentado últimamente y ha merecido la pena. Buen viajes, y mantennos informados a tus jipis.

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  2. alejandro abril 21, 2013

    Vaya! Si que lo tuyo es la escalada mental!. Es más fácil quedarse en la zona confort pero parece que pronto tendrás un terremoto mental. Todo es un miedo al futuro, que nos da inseguridad. Pero es algo lógico y normal. Si puedes escribirnos durante tu viaje estupendo, y sino lo entenderemos. Disfruta y aprende!

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  3. AprenVida abril 21, 2013

    «Hay muchas cosas que me estoy dando cuenta de que deben cambiar en mi terremoto personal». Has descrito perfectamente mi estado actual.
    En mi caso hay muchas cosas que deben cambiar y que van a cambiar porque he tomado la decisión firme de cambiarlas y porque estoy convencido de que ha llegado el momento de hacerlo.
    Tu grado de honestidad es para mí un ejemplo que voy a tratar de seguir. Gracias por enseñarme el camino.
    Y por favor, no pares de contarnos.
    Un abrazo.

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  4. KHaL Yeleytr abril 21, 2013

    ¡Tres semanas! Creía que iba a ser mucho menos tiempo. Eso sí que es saltar desde un trampolín hacia el exterior de tu zona de confort.
    Dado que te vas a un país extranjero y ya sabemos qué pasa con los amigos de lo ajeno y los turistas, mejor no inviertas en nada nuevo y llévate sólo aquello que sea precindible. Yo dejaría en casa tu supermac y, si no puedes pasar sin ordenador, compraría un netbook lo más barato posible para ir tirando (menos atractivo para ladrones, absolutamente prescindible, si se golpea no es una tragedia…).

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  5. abuja62 abril 21, 2013

    Buenas de nuevo:

    Yo también ando un poco desconectada de todo y de todos.

    Los cambios, nos hacen crecer siempre, aunque no seamos conscientes. Las fuerzas son mucho mayores de lo que pensamos de nosotros mismos; en la vida nada es perfecto. Espero que recuperes la ilusión por lo nuevo, que creo, es lo único que necesitas ahora.

    Madrid es un caos y a veces agobia; pero si consigues superarlo serás dueña de tu tiempo al 100%.

    A veces es bueno pararse y respirar; mirar alrededor y ver a los demás correr, para tomar conciencia de lo estresados que estamos, perdón por haber dejado salir a mi zona de madre.

    En fin, espero tener algo más de tiempo y de ganas (todo hay que decirlo) para escarbar en mis propios malestares.

    Feliz viaje, feliz felicidad.

    Un saludo y un abrazote de oso.

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  6. Violeta abril 21, 2013

    El terremoto mental nos lleva a algún sitio nuevo. Da miedo porque no sabemos cuál será, cómo será, si nos adaptaremos a él. Pero hay que respirar y seguir andando aunque se tambalee el suelo. Al final pasará el terremoto y sin duda, habrás aprendido algo. O mucho. Y verás que el «sitio nuevo» al que has llegado no es ni mucho menos tan terrible como tu imaginación te lo pintaba, que, de hecho, te gusta y es tu sitio.

    A todo esto, cómo me gusta este blog. Que te vaya muy muy bien el viaje a Estados Unidos!! Si por lo que sea no tienes mucha ocasión de conectarte durante el viaje, podrías coger un cuadernito e ir apuntando tus ideas y reflexiones. Y a la vuelta nos haces un post mega-largo, que ya sabes que a los jipis nos encanta. Suerte!

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  7. mar abril 24, 2013

    Te sigo desde hace tiempo con tus dos blogs (me encanta leerte pero soy muy perezosa a la hora de comentar, sorry) y ya he leído varias veces eso que dices de que el miedo se supera exponiéndose a el . Yo en este momento también estoy fuera de mi zona de confort y reconozco que tengo algo de miedo, pero he leído tu post y me he sentido con más fuerza, dispuesta a seguir aprendiendo. Te mando un gracias enorme y te deseo un viaje genial y lleno de aventuras. y repito: me encanta leerte!

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  8. raf mayo 18, 2013

    ¿ Te has preguntado por qué te gusta la escalada ? Yo llevo mes y medio y me he dado algunas respuestas: superar retos, reafirmar la fuerza de voluntad.
    Eckhart Tolle (El Poder del Ahora) afirma que las personas a las que les gustan los deportes de riesgo (entre los que incluye la escalada – riesgo relativo, ya que se sube en condiciones de máxima seguridad-), aunque no sean conscientes de ello, al practicar esos deportes, se ven obligados a «estar en el ahora: en ese intenso estado de gran vivacidad en el que se está libre del tiempo, libre de problemas, libre de pensamientos, ligre de las cargas de la personalidad. Alejarse del momento presente, aunque sólo sea por un segundo, puede significar la muerte» (no tanto diría yo, al menos en la escalada deportiva). Ese es un estado ideal, el estado de presencia que llama él. Me parece una buena explicación

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